jueves, 4 de septiembre de 2014

LA CUECA EN LA LITERATURA





Manuel Rojas
LA OSCURA VIDA RADIANTE
(p·gs 21-22)
Y llegó un momento en que se levantó, pidió a una muchacha que lo acompañara y se puso en facha, pañuelo en mano, una vuelta redonda y qué hubo, girando en lo alto el pañuelo no muy blanco, se encaró a la muchacha, ¿y ahora? , ahora ahora, ahora se hace que llora, date la vuelta, diablo, iban y venían, mirándose de lejos y a la pasada, invitándose, ¿ah?, sigue la danza, sigue el vaivén, baila la cueca, báilala bien, y ya no paró, pareciéndole que iba acercándose a algo, no a la embriaguez, a la borrachera, aunque también a eso, sino a un punto en que algo se uniría a algo, el ser a la conciencia o al conocimiento de sí mismo, no como se era. malvestido, sucio, desamparado, sino como se podía ser, como se debería ser, alegre, seguro, fuerte, victorioso, surgiendo a la luz de otro sol, no del que aparece todos los días y muestra a todos cual son, sino a otro que alguna vez podía alumbrar o alumbraba en ese momento, no para todos, sólo para aquellos que de algún modo o por algún motivo podían surgir en la cumbre, girando, animados por la voz y el canto y el tamboreo en la guitarra, llevados a la seguridad y a la alegría; era lo que advirtió antes en otros, lo mismo que quizá llevaba a todos los hombres a embriagarse, saliendo así de la eterna miseria y de la sempiterna mugre hacia ese alto sol, un sol que sólo alumbraba breves instantes y nada más que para algunos; el comisario, por ejemplo, jamás habría visto o vería ese sol, tampoco sentiría aquella fuerza, aquella alegría y aquella victoria; bebía, comía, hablaba, reía. alababa a unos y a otras, pero ahí se quedaba, sin conocer la unión de lo que se es con lo que se podría o debería ser; sería siempre tal como era, alto, rubio, pecoso, ex comisario, y no como debería ser o como podría llegar a ser; cada uno de los que se hallaban ahí, los que vinieron y se fueron y los que se fueron y volvieron, estaban reducidos a sí mismos y sólo se unían a los demás, si podían llegar, a ese punto, a esa altura donde el amor y la amistad aparecen limpios, fieles y profundos, no para todos, pues a algunos se les empaña la capacidad o posibilidad de llegar, quiéreme porque te quiero, plumita de zorzal, comiéndose las consonantes, fundiendo una vocal con otra y transformando las zetas en eses. ¡Se lo advertí, Aniceto; ahora, por favor, váyase de mi casa!; se apagó el sol y volvió a ser lo que era.
HIJO DE LADRÓN
“…mientras miraba, una canción empezó a brotar de algún rincón del calabozo. Una canción cantada en voz baja, con entonaciones profundas y graves, con una voz alta, una voz que dominaba a las demás al empezar el verso de una estrofa, y que era, en seguida, dominada por las otras, que la envolvían, se mezclaban a ella y la absorbían hasta que, de nuevo, brotaba, como viniendo de muy lejos. En el principio de la siguiente. Se escuchaban como las notas de un piano y sonaban como de noche y en una calle solitaria y dentro de una casa cerrada. Las palabras y las ideas eran sencillas, casi vulgares, pero el tono y el sentimiento con que eran cantadas les prestaban un significado casi sobrecogedor. Gire la cabeza: en un rincón distante, tendidos los cuerpos como alrededor de un círculo, las cabezas inclinadas y juntas, el grupo de muchachos cantaba. Mire sus rostros: habían sufrido una transformación; estaban como dominados por algo surgido repentinamente en ellos algo inesperado en esos rostros que no reflejaban sino sensaciones musculares. ¿Era tristeza? ¿Era el recuerdo de sus días o sus noches de libertad? ¿Quizá aquello traía a sus almas algo que no les pertenecía y que solo por un momento les era concedido, apaciguando por ese momento sus reflejos, primordiales? No habría sabido decirlo si lo sé aún, pero aquello me confundió, como se confunde quien advierte en un feo rostro un rasgo de oculta belleza o en los movimientos de un hombre derrotado un detalle que revela alguna secreta distinción.
El calabozo había enmudecido y la canción se extendía con gran nitidez, no perdiéndose ninguna de sus notas.”
Manuel Rojas “Hijo de Ladrón”. Cárcel de Valparaíso en 1900

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